Si anoche alguien hubiera estado
mirando por la ventana de mi cuarto, desde afuera, (si las persianas hubieran
estado abiertas, si las luces hubieran estado prendidas), habrían visto a una
mujer en un baile frenético y solitario. Pero no tan solitario, porque si
hubiera visto bien, habría comprobado que esa mujer bailaba con un bultito
encima, cambiándolo de posiciones. Y que de tanto en tanto ese bultito lloraba
y gritaba fuerte. ¡Ah, entonces no era sólo una mujer, era una madre primeriza
lo que esa persona hubiera visto!
En esto pensaba anoche, mientras zangoloteaba
a Samu: la primera entrada en el blog que tenía que ver con él. Porque eran las
5.30 de la mañana y, para distraerme y no caer en la desesperación, pensé que
estaría bien pensar en otra cosa. Y lo que suelo pensar para no desesperar
(siempre lo hice) es en posibles cuentos. En este caso, una posible entrada de
blog – la descripción de lo que estaba vivenciando. De esa manera podía meterme
en el baile, comprenderlo, sentir al hijo que no era tristeza lo que sentía,
dolor (creo que) tampoco. Sueño. Él, como yo, tenía sueño. Y como yo también,
lloraba de sueño. Yo no lloraba, yo me quejaba, me malhumoraba, pero al fin de
cuentas es casi lo mismo. Y hacíamos eso, un baile por los pasillos que quedan
entre la cama y las paredes de la habitación, con la poca energía que me
quedaba, pero de la que siempre hay reservas…
¿Y qué tiene esto que ver con la
vida en Patagonia? Nada. Pero no hay mucho más de qué escribir por estos días…
Todas las madres probablemente sepan de lo que hablo. De los famosos cólicos
que son más angustia que dolor, de los desvelos nocturnos que nunca creímos
capaces de sobrevivir, de la impaciencia de la noche, el deseo de dormir, la
desesperación de saber que cada noche va a ser así por un tiempo más, la
tranquilidad de saber que por la mañana, cuando una se vuelve a encontrar con
la carita del hijo dormido, con los rayos de sol en su cara, la energía regresa
para pasar el día amándolo, meciéndolo, bailándolo.
Porque la licencia de maternidad,
vine a descubrir, es eso: licencia para ser madre. Una no lo entiende hasta que
sucede. La fantasía es que vamos a poder hacer tantas cosas lindas: tejer,
transplantar, ver pelis, descansar… pero no contamos con dos manos, casi nunca.
Y muchas veces una sólo tiene que hacer dormir al hijo, porque hacerlo sin
prestarle atención no funciona. La intención es todo. Dar la teta pensando en
otra cosa: caos. El hijo va a vomitar todo, todo.
Y ahora se despertó.
Cambio y fuera.
Pd. Es interesante: pienso en lo
que escribí más arriba y siento que es una buena representación de cómo es la
vida ahora: un texto bastante inconexo, que sigue un tema, pero va saltando de
un lugar a otro, como las emociones que se van sintiendo, una a una, con
sobresaltos y sin advertencia.